EL ESPEJO BLANCO DE UN HADA | 25 de Diciembre

Como cada año llegan los turrones, el cava, las cenas con amigos, familia, empresa… Llegan los regalos y los gestos bondadosos. Todo está preñado de doble simbología, nutrido por una doble moral. Luces en las calles, gentes sonámbulas y niños atiborrados de promesas e ilusiones y, a lo peor, de falsas revelaciones. Como cada Diciembre pervertimos el código, mudamos los malos sentimientos y nuestro perenne esfuerzo por compensar miedos y egoísmos, nos deja en la razón su quemadura: —“Nos miraremos de nuevo en el espejo blanco de un hada”—, me decía mi madre la Navidad de 1977 (yo tenía entonces diez años). Conscientes o no, los fantasmas de la Navidad nos visitan todavía. Proclamo que este año por Navidad seamos insensatos: despojemos de lo absurdo los recuerdos empolvados de la infancia (que los miedos causen baja también). Es momento de mirar atrás con cariño, del recuento de promesas incumplidas, de maldecir tantos sueños y territorios robados, o mal contados y aún...