Señor de lo Imposible (Carta a Dios)


Señor mío, Tu que eres luz en las tinieblas, que sabes del sufrimiento y del dolor propio y ajeo, que te miras en todos los espejos, que de todo te sirves y te sirven en todo; pues todo y Tú se dirá siempre igual. Mi amado Señor, Tú que estás y que no estás, que lloras y que ríes (a veces a carcajadas en liturgia) que amas en el despropósito y eres amor propio y ajeno. Que de todo sabes, pues estas donde nadie se aventura y escondes aquello que el hombre pretende.

Eres más verdadero que cualquier mentira; pues te nutres de la misma vacuidad (que no de la nada) en el amor, en el vacío, en lo inmenso. Allí, sufres y nos sufres y nos das y robas el sentido que tanto buscamos y estas en todos y en nada. El Dios de las bendiciones y el del castigo, para otros pura fe; por siempre irreverente y benigno, codicioso, juguetón, divino en la indiferencia y maravillosamente cara y cruz de nuestra pena.

Me nutro en tu misterio, del mío propio y Tú, bendito Dios del amor, rostro que besa sin ser visto; me necesitas tanto como yo a Ti. El amor que te di y el que te daré está en todos los misterios cuando éstos son y no son a la vez, luz de tu pena y pena de tu gloria. Dame el cuerpo que luego comeré, dame el pecado y la virtud que te conforman (que me conforman a mí y a este prójimo que te aclama sin verte y que te busca a ciegas; sin conocerte)

Dios imposible, más lleno de posibilidades. Hecho de juicios, de miedos y de calendarios en promesa. Dios sólo de ti mismo... y de nadie. En la contradicción que te aclama me pareció ver algo parecido a ti, cuando llorando me arroje en brazos de un dolor inesperado y no pude asir tu mano que ignoró el dolor de mi caída... Simplemente te quiero por el amor que me das sin pretenderlo, por ello Dios de Dioses, lugar y vacío, ruta y sendero de luz: -¿Sabes tú quién soy yo, acaso?-

Cada vez que me levanto desde el inquieto abismo de mi alma, me miras y me bendices con risas que buscan lágrimas y luego niegas y rehuelles y te giras y te duermes sólo por el placer de oír nuestros rezos. ¿Alguien nos dijo que siendo tus hijos seríamos huérfanos en la eternidad? -Nadie-

Algo responde desde todas partes vendiendo el plano de tu misterio, y te unge con diccionarios en pesadas metafísicas y ásperos tratados que te pretenden... Y entonces, mi Dios, miré hacia adentro con torpe osadía de hombrecito, roto y bendecido de pura humanidad, de puro aliento, de puro miedo... Dejé de llorar y te miré fijamente; sólo entonces regresé al lugar de las gentes humildes, más nunca conté lo que allí vi.



Foto: "La Pietá" de Luizo Vega (Barcelona - Gótic, 2009)

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