El Visitante (Pesquisa para el Turista Accidental)
Cuando te asomes a una ciudad, déjate arropar por los ojos de quien bien la conoce. Una ciudad no son sus calles o sus museos donde se gestiona la cultura enlatada y tasada, tampoco las ventanas con la ropa colgando, las plazas mayores; los escaparates y los inventos que el mundo moderno aliña como reclamo y promesa de consumo.
Una ciudad es un diccionario extraño donde se escriben palabras nuevas y se anotan desde el corazón, significados que tu mente antes no alumbraba. Una ciudad son (por supuesto) los gestos, los ojos y la generosa paciencia y compañía (que sin ser origen de culpa) ofrecen cobijo, abrigo y una mano amiga. Una ciudad son sus gentes y es siempre la apuesta generosa que desde el corazón – insisto, viajero – te brindan sus gentes. Los ciudadanos que las habitan son sabios; allí donde las guías de viaje mienten.
Nunca olvides que quien te hizo ver eso que ahora tanto admiras, no es alguien inerte o indiferente; ni tan sólo fueron tus sentidos los responsables de apreciar esa belleza: Una ciudad son sus gentes, y el amor que te bridaron generosamente y por ende; la emoción que en ti provocó.
Allí, es allí donde reside la ciudad que tanto te gustó.
Lo es y también el relato que de ello proviene, me quedo con la cotidianidad.
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