"El Cajetín de los Buenos Sueños" (Homenaje a Edgar Allen Poe)


Tiempo después de haberme despertado a solas en mi habitación y, más allá todavía; cuando hubo pasado el tiempo suficiente después de aquel suceso; fui capaz de vislumbrar y de narrar el misterioso significado de aquella aparición. Lo que a continuación se relata es un caso real, posiblemente común a la experiencia de algunas personas; he aquí pues mi testimonio.

Pasadas las doce de la noche de aquel día de octubre de 1992 (yo tenía entones 26 años y vivía aún en la casa materna). Aquella madrugada desperté entre sueños en mi alcoba. En mitad de la noche experimenté una ligera sensación de sed, la boca algo seca, el cuerpo plomizo pegado a la cama. Noté el pijama algo mojado y pegado al pecho y la espalda, como si hubiera sudado mucho a causa de una fiebre alta. Tardé un rato en percibir aquella voz que parecía provenir del otro lado de la puerta, del comedor... Intenté incorporarme lentamente, me pesaban los brazos cual plomada y sentía un zumbido agudo en la cabeza (pensé estar enfermo, con fiebre quizás) No, no era eso. La voz de niña que sonaba en mi cabeza ahora se escuchaba más fuerte desde el otro lado de la puerta: - Levanta Santiago levántate, ven - No fui consciente, hasta mucho tiempo después; de lo que experimenté aquella noche. Siempre prensé en aquel suceso extraordinario como un sueño y me aferré (aún hoy) a esa idea; aunque algo en mi interior me decía justamente lo contrario. Yo por entonces no creía en apariciones ni nada por el estilo y mucho menos que nada o nadie pudiera requerir de mi presencia desde el otro lado...

Anduve unos pasos desde la cama a la puerta, apenas unos metros caminé pasadamente, en silencio; no me atreví a llamar a nadie de la casa. No podía chillar. Mi madre y hermanas dormían y con seguridad lo hubiera hecho de estar seguro de conocer a lo que me enfrentaba. Eran ya más tarde de las doce. Recuerdo que comprobé varias veces la hora mientras caminaba en la oscuridad. Sentí un miedo paralizate que recorría mi espalda y tensaba toda mi columna. Las piernas pesadas, muy pesadas; me impedían avanzar hacía la puerta que ahora dibujaba un límite brillante en el suelo. Una especia de luz o resplandor blancuzco. Al fin; me atreví a preguntar:

– ¿Quién eres? ¿Qué quieres? – De nuevo la voz: – Santiago, levanta. Ven, abre la puerta – (Obtuve por respuesta).

Quedé estupefacto. Dudé en gritar u ocultarme de nuevo dentro de la cama, aterrado. Sentí en el pecho el corazón latir a ritmo desenfrenado. El miedo me paralizaba pero aún mi intención era la de abrir la puerta de la alcoba. Poco a poco encontré las zapatillas, a tientas. La única luz de la estancia era aquel haz blanco desde el otro lado de la puerta. No sabía quién era, qué o quién provocaba esa luz; ni por qué era yo el elegido aquella noche.

Volví a escuchar la voz. Ahora más alto. Esperaba que alguien más en la casa la hubiera oído y rompiera aquella tensión. De nuevo: – Ven, levanta; estoy aquí. Ábreme la puerta – Retrocedí un ápice, ¿descontrolado?, no... Aquello sería un sueño – pensé – Me dejé caer sigilosamente sobre el filo de la cama como esperando que sucediera algo, así estuve un rato expectante y atónito. Temblaba; mientras al abrir la puerta lentamente inhalaba una fuerte bocanada de aire por la nariz. Acerté a preguntar con voz entrecortada temiendo que la voz de niña volviera a responderme: – ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – Por ultimo, casi chillando espeté un – ¿Qué quieres de mí? –

Noté que el pomo de la puerta estaba frío, más frío de lo esperado, de lo habitual. Sentí el tiempo dilatarse una eternidad mientras tan sólo apenas esperaba despertar de un momento a otro. Abrí la puerta. Lo que vi ante mí me dejo sin aliento. Una niña me observaba de pie en le centro del comedor iluminado apenas por el relente de luz externa que salía de la terraza. Hacía frío. Era pequeña, de unos diez u once años; delgada y pálida. Extendía los brazos hacia mí. Su mirada se clavó fija en mi retina, imposible de eludir sentí como si me abrazara; inundando todo mi ser un pavor inexplicable. No pude caminar más. Se acerca, lenta, lastimosa, como apiadándose de mi destino. Vestía un camisón blanco algo roído; iba descalza. Apenas acerté a preguntar de nuevo (ya más cercano a ella) – ¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que quieres? – Su voz sonó metálica y fría. Percibí que se había parado el tiempo. Aquella imagen de niña respondía desde un lugar que no era aquel en el que yo me encontraba: – “Quiero el cajetín de los buenos sueños” – Me abrazó alzándose sobre su propio vértice, mientras repetía sin mover los labios: – “Quiero el cajetín de los buenos sueños” – Su voz sonó en mi mente como un halo de frío metálico.

Al abrazar mi cuello sentí todo el horror del mundo sobre mis hombros, un ligero mareo y una leve nausea recorrieron mi cabeza. Me beso en la mejilla y desapareció. Tras aquello, me quedé sentado en el sofá, helado, petrificado y confuso; hasta que una mano sobre mi espalda me sacó de aquel estado. Mi madre, asustada me acercó como pudo hasta la cama. "Pesadillas, siempre tus pesadillas" – Le oía decir –

Nunca jamás dije nada a nadie de lo sucedido y todavía hoy sigo buscando una explicación más allá de toda lógica sobre aquella extraña petición, hecha sin duda; desde algún lugar del más allá: – “Quiero el cajetín de los buenos sueños” – Si oyes esto alguna vez; por favor, no respondas.

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