RUMBO AL SUR (micro-relato)


Tiempos de confusión e hipermercados ¡Dios, sálvame de otro televisivo culebrón! He olvidado decir hoy tres palabras mágicas. Dos para el olvido, una para la esperanza: amor, amistad y ambición (dulce melodía) Pongo la radio y suena mi canción: “Rumbo al sur, me marcho rumbo al sur; jarales y tomillares y campos de olivares, rumbo al sur”, la radio frenética nos canta.

Las maletas sin hacer todavía, los cajones de mi armario en desorden, las alacenas son un perfecto caos de polvo y el fregadero a rebosar; cosas imperfectas del día a día. Tal cual es mi porvenir: un claustro de imperfección en impoluto pecado y este calor de verano que me deshace por ti. 

Me voy hacia mi porvenir y tú te vienes conmigo.

He olvidado al marchar, cerrar la llave del gas, regar las plantas y dejar las persianas a media asta (por los ladrones, claro). Siguen las ondas sonoras, ahora suena mi iPod: “Viajo en busca de un antiguo mar. Soy de todos porque de nadie soy. Llevo mi libertad por alimento”. —¡Otra vez Ana Belén!—,  exclamas mientras apoyas tu cabeza junto a la mía y nuestros hombros se igualan midiendo nuestras miradas, y no concibo otro momento mejor que este.

Sigo pensando, las facturas sin pagar se amontona en mi escritorio, las notas pegadas en la puerta de la nevera me recuerdan promesas que nunca cumplí: ir al gimnasio, no olvidar la lista de la compra, recoger la ropa del tinte; ser feliz… y pienso: Barcelona de amianto, largas aceras y prisa (es un ardid, lo sé).

Las cosas imperfectas pueblan mi vida (la tuya también, lector). Nadie está a salvo de los almanaques, las estanterías vacías y los ficheros desordenados; de las falsas promesas y de la isla absurda de la ilusión, creada a base de prodigio, temple y defectos.

—¿De veras?—, me increpas. Tu sonrisa me ilumina. —Ven, dame un abrazo—, respondo. Dejemos la rutina para el olvido que de los besos, nosotros nos encargamos. Camino del aeropuerto sugieres: —¿Lo ves?, las luces se han encendido; ahora somos invisibles—.

Más tarde, tu cuerpo descansa en la alcoba del hotel: iluminado, imperfecto y seguro sobre el mío. Felices e indolentes, estamos refugiados de la miasma del mundo y el sol nos regala otro día intacto que nos recuerda que somos perfectos en nuestra tácita imperfección.

Nosotros nos vamos de vacaciones mientras que el mundo llora y se deshace en un rincón. Elegir un destino es, sin duda, dejar miles de ciudades sin visitar (o conocerlas todas a través de tus ojos), pensé.


Foto: Ari Eljarrat

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