Juan Claudio Álvarez y su "Soliloquios De Un Viejo Castillo"


"Un castillo no se construye con una sola piedra, sino que la solidaridad de todas las piedras es lo que da sostén a cada muro. Y es la solidaridad de todos sus muros lo que sostiene la totalidad de la estructura.

La piedra es uno mismo.

El castillo se construye a sí mismo y se sostiene sobre la solidaridad de la vida humana. Esta es la idea central representada cada vez que la colla castellera se reúne. La claridad de la idea y el trabajo del conjunto permite que el castillo se levante y que la Anxaneta logre llegar a la cima y se yerga y nos salude.

Este proyecto plasma en performance multimedia la construcción de este castillo, que nos cuenta cómo ha ido levantándose a sí mismo –a veces, tantas veces, gracias a todos y a pesar de sí mismo–."

Son palabras de su autor (incontestables), pero yo, que me leo en ellas añado: 

¿Desde dónde construimos ese castillo?
¿Nos es útil?
¿Nos aísla del resto?
¿Nos oprime?, y de ser así: ¿quién maneja el programa en el cuarto de máquinas?, como sugirió el poeta Luis Muñoz.

¿Merece la pena construir un castillo? ¿Será lo importante el proceso y no el resultado? (no sé si afirmar o preguntar...). 

Como ustedes, yo sólo tengo las preguntas, quizás no tan claras, pero sí: las tengo. Sirvan estos textos de Juan Claudio Álvarez (poeta de origen chileno) para ser: "eso que nos impulse a pensar"

Sin miedo, por fin, atreverse a preguntar.




Con María Ruiz, filósofa y Marga (backstage)


Cena con gente, amigos y miembros del GAG.


Yo 
que, mirando a mis espaldas
por caminar iba dando tumbos,

no pudiendo alargar la sombra en anhelado río,
perdida la frente, fui braceándome 
esta orilla inmensa por el mar.

Por la extensa estepa de la piel y del cariño
pude alarme, vasto y ciego:
cruzar obtusas celosías,
lindar así secreto abierto de naufragio
y de labio y de bramido.

Cuánto quise ser rincón de casa,
soleado tablón de arrugados tegumentos:
allegarme moribundo, respirar gozoso 
en un filón de venas. Florecer, al fin,
en el sostén de unos amados huesos.

Pero no fue
sino la lluvia desgastando esta andadura,
mar mordiente desbastado en las aristas
por labrarme necedad de sangrante arboladura,

hasta lograr con limpia mano
palparme de tibieza este canto y argamasa
y así ser cal de los años,
gravilla de los rastros repetidos y cautivos,
cautivos, repetidos pasos 
y bruñidos de tarde y soledad.


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