Sobre el miedo (Una visión catastrofista)


Es el instinto más poderoso del hombre (o por lo menos uno de ellos) Nos protege falsamente del ataque del mundo externo. Nos separa del mundo más bien, de nuestro mundo, del mundo de los demás; con su falacia aséptica, impidiendo una comunicación libre y comprometiendo nuestros actos que, bajo sus garras, hace de nosotros sus títeres.

El miedo corrompe los cimientos de los sentimientos, nos roba libertad de acción y nos condena a la mediocridad. Pero podemos mirar hacia el cielo sin sentir miedo, tan solamente con la simple comprensión de nuestra naturaleza cobarde y un intenso esfuerzo por superarlo, alcanzaremos la felicidad o, a lo sumo, una felicidad serena; libre de euforia (quizás la más auténtica).

Dicen que el miedo es propio de egoístas, de mentes materialistas y de corazones que no logran su cometido. El egoísta ó materialista siente miedo de perder sus cosas: Si sale a la calle teme que le roben la cartera, cuando conduce teme un accidente que estropee su auto. Si se enamora teme que le hieran pero en realidad lo que teme es perder su propia libertad (una libertad que está abocada indefectiblemente a sentir miedo).

Pues el miedo se alimenta de sí mismo y de sus fantasmas, a saber: Miedo a besar y a ser besado, miedo a las caricias de más de una noche, miedo a una mirada sincera que descubra su debilidad y comprometa los sentimientos... miedo a la responsabilidad de entregar amor, miedo a recibirlo. Miedo a no tener saldo en la cuenta corriente (o a no tener tanto saldo como querríamos) Miedo al hurto, al amor imprevisto; a la visita imprevista del amigo que "con seguridad nos incomodará", en definitiva miedo a volar y a expresar, y a sufrir (única forma de aprender) y al final... miedo de sentir miedo.

Nos duele la cabeza por miedo y es por miedo que dejamos perder aquel amigo que tanto hizo por nosotros... miedo a los aviones, miedo a la muerte (puente hacia otras vidas) Miedo al mar, a los imprevistos, a la luna llena. Miedos infundados e inconsciente... ¿Y qué me dicen de los miedos de la infancia? Nadie salvo nosotros limpiará las manchas de miedo en el corazón.

-Sigo-: Miedo a los que dicen la verdad, miedo al espejo del otro que apunta a nuestro egoísmo. Miedo al dolor, al dolor psíquico también. Con miedo nos enamoramos y por miedo a continuar rompemos para luego, "agotados de puro miedo" caer en brazos de un nuevo miedo irremediable.
Recientemente, miedo a los atentados, a soportar al otro. Miedo a una nueva ideología que ponga de manifiesto el miedo visceral que sentimos. Miedo a un simple apretón de manos.
Miedo a no hacer un día tan sólo el regreso a casa por otro camino distinto. La miseria en los demás despierta por ende un temor apabullante.

Los miedos son infatigables, son tantos como personas los padecen. Hay seres que de tanto miedo se olvidan de él y un día de repente, son felices. No hay nada peor que el miedo. Ejercer de miedosos es una torpeza propia de nuestros días. Es por miedo que matamos, nuestra autoestima causa baja de puro miedo y miedosos son aquellos que siendo ricos no comparten su riqueza sino que acumulan mas y más dinero (y por tanto más y más miedo).

El ciclo infinito del miedo cruza nuestra frente y en la noche más oscura del alma planta su semilla que, si tú quieres, un día cesará de crecer. Piensa bien en el origen de tus miedos, míralos, cántalos; rómpelos al nombrarlos en voz alta. El miedo no sirve de nada, no es fruto más que de tristeza.
Un día cuando estemos frente al fin de nuestros días veremos que al otro lado no hay ni siquiera miedo.

¿Imaginas entonces cómo nos sentiremos?


Santiago Calleja Arrabal

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