El Cuarto de Leo
Todo pasa en el cuarto de Leo. La niebla o el olvido, una abeja y un suspiro conviven juntos sin el menor rubor. Cuando apenas soñoliento visito su cuarto, luego que regresamos de una noche loca de encanto, Leo pone su mano en mi hombro, se acerca al oído y susurra “todo para en el cuarto de Leo” Me gusta despertar entonces abrazado a su torso que retorcido en la cama juega al disimulo antes de los juegos amorosos. Su rizado pelo negro es un engorro si de morder su ojera se trata.
Leo hace fácil lo difícil. Habla con un encanto sobrevenido y sonríe con la mirada. Cuando luego de un café salto a la ducha y me encuentro junto al desnudo cuerpo, me siento dichoso de saber que en eso consiste la felicidad. No sabría decir si placer o dicha, si duda o frío, cuando Leo reposa su cabeza en mi pecho antes del profundo sueño, comprendo de repente el por qué de todos los poemas y la razón de todos los amores olvidados.
Sólo él hace que la realidad se disipe entre sus besos.
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