LA CAÍDA DEL TIEMPO (Retrato Del Civilizado)


Caer del tiempo es ahondar en nuestro propio límite, vislumbrar nuestra propia oquedad, darnos cuenta al fin, que nuestro errante vacio precisa a todas luces, un alma, un rastro; un alguien que lo nombre. Caer del tiempo es estar sentado en la orilla de un hábito, ver pasar la idiotez conjugada de maldad y no hacer nada. Es ir rompiendo los límites, no para conocerlos o superarlos, muy al contrario: para defendernos de ellos.

Hemos caído del tiempo y no lo sabemos (o quizás sí), y a lo sumo simplemente no nos importe: ¿por qué debería importarnos? Lamimos falsedad e indiferencia desde la cuna, lugar de nuestras ásperas generaciones. Aleccionados, condicionados y maldecidos por dioses verdaderos o inventados. Todo nos fue útil para nuestro propio desprecio.

Caímos del tiempo por haberlo inventado mal. Sucios y corruptos arrastramos la existencia como los perros del hambre su miseria. Mendigamos verdades sin cree en el amor, sin amarnos y lo peor: sin necesitarlo y sin saberlo, tal vez ¡Qué peor pesadilla que la nuestra!

A fuerza de permanecer sentados al borde de los instantes para contemplar su paso, el tiempo se enmaraña en la memoria con asfixia ávida de muerte. Al final, acabamos no distinguiendo ya sino una sucesión amalgamada de asco y desespero, de tiempo que ha perdido sustancia, tiempo abstracto; variedad siniestra de nuestro propio vacío.

Nos toca ahora devolverlo a la vida y adoptar para con él una aptitud ácrata y clara, carente de ambigüedad; sincera e inocente. Eso nos urge a todas luces mucho más que esta miasma insólita de nuestro mero existir.

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