LOS PRÍNCIPES IMPERFECTOS (Reseña)
LOS PRÍNCIPES IMPERFECTOS O LA
OSADÍA DE QUERER CONTARLO
(Al poeta y escritor Guillermo Arróniz)
Bajo la forma rígida (en
apariencia) del soneto clásico de catorce versos, Guillermo Arróniz, construye su libro de poemas (el primero en
poesía del autor) de nombre: “Los
príncipes de catorce versos”, ©E-dítaloContigo,
Abril 2014; situándonos
de forma ordenada y habilidosa ante una suerte de lirismo clásico que recuerda,
¡cómo no!, a aquellos otros poemas escritos durante el Barroco Español. Y no es
esto una exageración, porque los versos de Arróniz son hijos de su tiempo pero
difieren claramente de aquel clasicismo al que evocan pretendidamente en dos
cosas, a saber: en los temas elegidos y que mezclan una tradición “evocada” (y
subrayo lo de “evocada”) con la aparente osadía de narrar o loar lo que el
mismo poeta denomina como “un numen homo-erótico”.
Guillermo Arróniz (Madrid, 1977), se confiesa en su epílogo
fascinado por Francisco de Quevedo, Gustavo Adolfo Bécquer, Blas de Otero, Antonio Machado, pero a su vez por autores como: Gil de Biedma, Constantino Kavafis, Luis Cernuda,
Reinaldo Arenas o Rimbaud. De éstos últimos toma el préstamo de la confesión y la loa de ese numen
homosexual como horizonte último al que apunta la obra.
Todo esto es precisamente lo
que a mi entender hacen de esta obra algo singular y atractivo a la lectura. No
pretende su autor (supuestamente) un uso gratuito de la rima porque al final
ésta no estorba sino que viene en su ayuda al reforzar la lectura. A su vez, lo
ingenioso de esta selección de personajes es, por sí misma, motivo suficiente
para introducirnos en un universo singular y único: de amor, desamor, deseo y
erotismo homosexual, inscribiendo los poemas en una rabiosa contemporaneidad de
la cual hace uso y disfrute a su antojo (en esto el poemario es novelístico,
pues cada poema contiene el germen de una historia, discriminada anteriormente
o que prevalece en la mente del poeta respecto de cada personaje loado).
Príncipes pretendidos que van desde:
Lawrence de Arabia, Paul Verlaine, Oscar Wilde, Walt Whitman hasta el mismísimo
Alejandro Magno; todos ellos son personajes de singular andadura histórica o
literaria. Gustará aquí ver cómo son recreados y perfilados: qué dicen, qué
callan, qué ponen de manifestó; a dónde apunta su historia o talante… conformando
todos ellos la primera parte del libro: “Los
príncipes con nombre”:
“Porque
ellos hallan la belleza suprema
En el
lirio único de su amor mutuo.
Y todo
lo demás,
Son
emanaciones, reflejos…”
(Página 16)
Asombrará ver también cómo la
segunda parte (más libre en contenido y rima) y llamada: “Los príncipes del símbolo”, recrea a otros personajes
pretendidamente simbólicos; príncipes estos también y con un pie en lo lírico y
otro en la realidad, siendo estos versos
ecos de los primeros, reverberaciones que apuntan a la realidad del autor, a su
propia experiencia. Esto da juego a un correlato simbólico que sugiere una sospechada
veracidad: su realidad, su existencia misma en la vida real del poeta: “…abstracciones
que, a veces, tienen relación directa con hombres de carne y hueso que
permanecerán en el anonimato.” (Página 65).
En palabras del mismo autor:
“El
tiempo es un esclavo de su ciencia
De
trazos y pincel apasionados;
Y el
mundo un desatino de los hados
Borrachos
de torpeza e inconsistencia.
Tan
sólo existe el Arte y su misterio
Y vive
enfebrecido incluso en sueños
Creándole
a Morfeo hasta su imperio.
Los
universos todos son pequeños
Y sólo
la belleza es su criterio
El
alma, su sentido y sus empeños.”
(En “El príncipe de la creación”, página 37, fragmento)
Por último, la tercera parte
breve, brevísima: “Los príncipes
destronados”, (mi preferida) soslaya esta misma idea, más libre y clásica a
su vez –no exenta de clasicismo barroco también–, y que canta al alma de esos
otros príncipes imperfectos, almas con las que al final siempre estamos en
deuda. Se trata aquí de una dicotómia que recorre todo el libro y que no es
otra que realidad y deseo. Resonancia que recuerda a algunos versos de Luis Cernuda
o Gil de Biedma, aunque también de otros autores de la generación del 27.
El libro no renuncia para nada
a su modernidad, aunque nos sea velada (a veces) por la misma rima del soneto.
En palabras del autor:
“El soneto es, para mí, la
caja, la estructura “perfecta” en la que introduzco mi mensaje, en la que canto
a la belleza; sobre la que adorno sin límites. Sus medidas son una guía, una
indicación, un continuo soporte. Introducir en este cofre del tesoro con
broches y cerradura de oro, el valor del numen masculino y sus universos
artísticos ha sido el placentero camino por el que he transitado a través de
Los príncipes de catorce versos.” (Página 62)
Un tránsito que no dejará
indiferente por su minuciosa y delineada estructura. Los temas del libro son reflexionados y adornados poéticamente para ser declamados, escritos para ser dichos. Son pues poemas para ser
leídos y releídos, degustados por el placer mismo de la palabra bien escrita y que
no dejarán de seducir al lector por la fisura misma de su historia, nacida para
ser escuchada y reconocida. Y es que, los príncipes a los que canta el poeta madrileño
tienen vida propia, talento; historia y símbolo. Piden ser leídos, ser dichos,
incluso ser vistos, si cabe; en un imaginario clásico de contenido y
profundidad contemporáneos.
En palabras de Jesús Cabrera: “Desde
la declaración de intenciones que precede al sartal de sonetos hasta el
epílogo, el lector recorre el camino de la sinceridad sobre el que el autor
despliega su particular universo con toda autenticidad.”
(Contraportada
de esta edición, solapa interior).
Autenticidad de la que hace
acopio esta reseña que nace de la misma y profusa admiración por el difícil
oficio de la palabra escrita y por el no menos esfuerzo de querer llegar al
lector. Y me consta que en esa lucha está nuestro poeta, Guillermo Arróniz.
Santiago Calleja Arrabal, Barcelona,
a cuatro de Octubre de 2014
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