VIERNES SANTO | Carta a Jesús (nuevo)



Llámame iluso Señor, por creer en ti todavía. Hoy que todavía eres ese algo al que agarrase en la caída. Llámame iluso, rey de los judíos; ya que mientes con franqueza y enconada emoción, pues somos el redil de tu rebaño todavía virgen, todavía corrupto.

Somos la imagen febril de tu cuerpo en carne, abierto y clavado en la cruz de tu cetro. Somos el alma todavía sin rumbo de tu orilla, el puente que une son de tambores y luz de miradas encendidas.

Si decido escribirte, no es por torpe idolatría, sino de pura debilidad: sólo el fuerte sabe que de allí proviene su firmeza. Yo también quiero estar -como ya lo estoy ahora-, clavado al madero bajo un INRI que merezca luego misas y templos, llenos de vacua fe. Arrastramos la esperanza, como Tú aquel madero camino de tu destino.

Sé que Tú solamente templas la fe quebrada de aquellos que hacen de ti símbolo de su esperanza, noche de su pena y justificación del alma. Pero yo, que de Ti no soy ya nada; quiero escribir esta carta sin remite en el día en que tu morir clavado, no es más que una fiesta de liturgia ensangrentada.

-¿Quién soy yo?- Soy tu hijo que te llama en este día, y te extraña en la muerte que representas, bajo una fe invertida, hecha cómplice y que habita en las ciudades; y es espanto conjugado en el dolor de multitudes.

Jesús, esta carta chiquita no irá más allá de su mañana, ni tendrá respuesta a pesar de sus preguntas, ni irá firmada sólo con la sangre de todos los blasfemos. Mientras vemos tu figura de enjuto dolor, clavada; jugando al juego de la representación. El dolor, no es aquello que inventaste en tu discurso: es la condición de quienes callan, y está detrás del lamento de otros tantos que enjuagan sus lágrimas en paño de perfecto nihilismo.

Hoy mi carta es el dedo que te apunta y la lanza que herirá de nuevo tu costado, aunque también; la sinceridad recompensada de quien pregunta sin miedo. Cúmplase hoy tu fiebre y tu pena, y luego, más tarde: tu alegría.

Que el dolor hecho sangre fluya en veredicto sin trayecto, horizonte de horror socializado... Permite creer en ti todavía, a pesar del vacuo sonido de tu imagen. Tus palabras de ser tuyas, no serán meras promesas, ni falta de rebeldía o torpeza.

Bendícenos con blasfemias recientes y danos el pan nuestro cada día, mientras éste, le es robado al moribundo que agoniza, al apátrida que grita:

"Amen sin pan,
amen sin gloria 
y sin pena."

Beso tu cetro Señor en el día de tu ausencia, signo de nuestra esperanza y pan de nuestra miseria. Sálvanos del cielo que predicas y maldice a tu rebaño, por los siglos de los siglos. Amen.


Imagen por Studio V, París, 2015
Luizo Vega

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