LUCIANO y EL ALBA (nuevo)
Se
quiebra su mirada,
la
plata de tus ojos se derrama por doquier.
Allí
donde no hay luz sólo la sombra te nombra.
No
dejad que tan preciado líquido se desperdicie
entre
palabras. Es madrugada y llueve en la ciudad.
Enmudeced
vuestras bocas,
que no
giman las gargantas: un genio dorado se alarga,
desapareciendo
entre gestos que engañan.
Es
entonces cuando las ninfas, enmudecidas por el miedo
rompen
en sollozos sangrantes.
Te
apresuras a consolarlas, lo intentas: manda el alma.
¿Qué ocurre?
¿Por qué se pelean los astros en el azul terciopelo?
Y esas
jóvenes estrellas —danzando en la pista de baile—
que pueblan este firmamento sin luz que ahora ensombrece mi deseo,
que pueblan este firmamento sin luz que ahora ensombrece mi deseo,
¿por
qué se amontonan temerosas esta madrugada?
Amanece,
lo dije antes y llueve todavía en la ciudad…
Una
helada luz de plata nos envuelve y evita consumar este deseo.
Quisiera
poder dormir, desvanecerme en otro sueño;
alguna
mejor quimera que llevarme a la boca,
pero ya
es éste otro sueño.
Aquel
que elegiste al azar.
Una
helada plata me invade.
Y
sientes que ese frío no es tal sino hiel,
y ahora
inunda tu garganta como antes lo hicieran
los sentimientos
en tu pecho. Te quise besar y no pude.
Quizás,
no supe… Nos separa la edad, la gente y perdidos
astros
en este fugaz firmamento sin aliento.
Luciano,
recuerdo que te llamabas.
Apenas
hay lugar en mis entrañas, sólo hiel, miedo y frío de plata.
El mar
se arrastra moribundo llevándose con él,
los anacarados
recuerdos de una efímera juventud que ya no tengo.
Hay
dorados cabellos en un alga seca por la pena y un nenúfar para ti,
que todavía
cuidan las ninfas, hijas de mi alma,
que junto
a un antiguo espejo;
yacen
impasibles: restos de fallecidas sirenas y amores siniestros.
Ya no
veo el alba pero presiento lo ocurrido.
La espesura
del ambiente abrasa mis pensamientos
y atrofia
el alma. Siendo madrugada en la ciudad,
siento
miedo en tu mirar y frío en mi alma.
"Luciano",
recuerdo dijiste que te llamabas…
y esas
letras se clavaron punzantes
en mis
entrañas junto al intenso mirar de tus pupilas,
azules
como dos playas.
Hasta
el silencio ha callado, asustado, por sentirse grande
entre tanta
magia. Creo que en este cuadrilátero de lástima,
aún
caben las esperanzas.
Quiero
ver la luz de tu recuerdo que me ayuda a seguir viviendo,
aunque
bien sé, que no se puede vivir sintiendo.
Luego supe
que tu nombre significa: “aquel nacido a la luz”
La luz
que tú ahora me arrebatas.
Sí,
era madrugada y llovía en la ciudad.
Estaba
seca mi alma, sin pena ni gloría:
sin nada.
sin nada.
Obra: "Hilas y las ninfas", de John William Waterhouse. 1896.
Óleo sobre lienzo. 132 x 197. Manchester Art Gallery. Manchester. Foto: Wikimmedia.
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