INCIERTA GLORIA | Al cielo que aclamo, nuevo




Que la vida iba en serio era algo que aprendí con el tiempo.
No muy tarde, por entonces supe que el amor es efímero,
fútil y quebradizo y por ende; necesario a la existencia.
Que aporta límite, sentido y da forma al deseo
dentro del caos que nos habita.

A la hora de dormir el hombre olvida los actos cotidianos:
un silencio profundo lo adormece
en la cómoda ponzoña del sueño.
Cada noche esa persistente dualidad
es el eco que nos embriaga con presagios inconfesables.

¿Cómo ser yo y los demás a un tiempo?
¿Cómo despojar cada noche mi ser,
si me sumerjo en ti (¡alma mía!), duda mía
y carne aterida, aurora de mi promesa?

— ¿Cómo hacerlo si todo es ardid: una quimera?—

Al día siguiente, al despertar en perfecta rutina
al son del cepillo de dientes, el jabón y sonido de cafetera,
ducha rápida y música clásica;
todo se recompone de nuevo en extraño ditirambo de rutina.

Todos los días en todas las ciudades
se levantan los muertos de sus féretros
y se visten con los trajes fabricados a medida…
Es el arte del matutino disimulo.
Soportamos renuncias, sin más.
En eso todos nos parecemos.

Te jode saberlo, lo niegas y claro;
culpa mía por decirlo.
—“Y encima vas y lo cuentas”—, recriminas. 

Primero me coloco el yo,
enderezo la sonrisa ante el espejo.
Aliño mi escaso pelo.
Me perfumo y lustro los zapatos.

Olvido quien he sido entre los sueños:
que fui vampiro o asesino,
indigente o magnate,
que podía volar y fornicar bajo las aguas con tu cuerpo
y copular con la salvación; mientras tu amor me esperaba
impertérrito detrás de algún huido suspiro.

Que la vida iba en serio,
era algo que luego de mayor,
no tardé en comprender.
Qué el amor se marchita y pretendemos mil cuerpos,
buscando aquel beso de primerísima vez.
Que se van los difuntos a no sé dónde,
que los amigos se mudan de barrio
y tu cuerpo se transforma al son de las arrugas
que adornan un rostro ya cansado.

Confieso que he vivido, amigo Neruda.
Y confieso que no quiero ser cenizo:
Que amo esta vida al igual que a los sueños que sustenta.

¾ ¿Recuerdas? ¾ , pregunto

A lo lejos nosotros, muy cerca nosotros también,
y el Atlántico era un charquito de tristeza todavía por cruzar.
—“Eso fue un sueño”—, dijiste.

En globo yo llegaba a recogerte para llevarte al Polo Norte,
donde hacía calor más que frío. Tu enigmático apellido
resonaba en mi mente, y como duendes felices al besarnos,
llorábamos de alegría. Eso fue todo…
¡Qué estupidez!

Que la vida iba en serio,
lo supe cuando enterré a los muertos,
amigos fallecidos, seres amados y lo peor:
al infante que habitamos.

El pasado es un incierto futuro ahora.
Ya conoces la profecía:
El suelo que pisamos se quiebra en mil pedazos.
Por eso, al cielo yo aclamo.

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