UN RÍO DE CUBA, nuevo
La madre se propuso
salvarlo de todos los peligros.
Para ello tapió puertas y
ventanas,
allanó el camino del
cuarto que desde la ventana ofrecía la iglesia.
El padre se propuso hacer
de él un hombre de provecho (que no de bien).
“El pan de tus manos y el madrugar de tus días te formarán,
evitarán tu cobardía”,
le repetía.
El hermano pronto le
llevo a los prostíbulos donde él (sin saberlo nadie),
leía sus poemas y
preguntaba sobre lo humano y lo divino
a aquellas mujeres
sabias.
Nunca copuló con ellas,
aunque disimulaba.
Un día se levantó pronto,
la casa de la Habana
vieja en silencio:
el suelo plañido y pulido
de pasos,
las creencias y los espejos
tapados con paños viejos
le impedían ver su
hermosura.
Él sabía de lisonjas e
intuía los abusos y las ofensas…
Y cómo explicarlo: jugaba
al disimulo.
Otro día, un colibrí de
cola ancha picoteó en su ventana.
Tapiada no pudo verlo.
Ni oyó tampoco el sordo
ronquido del cocodrilo de Camagüey.
No bailó nunca el songo
cubano del barrio.
No frecuentó bailes, ni
fiestas,
ni mujeres que
corrompieran su hermosura
—ni hombres tampoco—,
torpemente protegido:
“En nombre del amor lo hacemos”, explicaban.
El día que su sexo entre
las manos
derramó el diamante
líquido
que anunciaba su hombría,
saltó de un brinco de la
cama;
destapó espejos, abrió
cortinas:
Todo se llenó de luz.
Rompió cerrojos de
puertas y ventanas.
Simplemente se marchó al
río,
y desnudo,
allí se bañó.
Era un río de Cuba.
por Santiago Calleja Arrabal
foto La SueBCN
segunda foto: Internet
foto La SueBCN
segunda foto: Internet
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