Poetas Neo-Maricas (ó el Fin de la Alteridad)



A Iván Silén, poeta de la alteridad.
A su obra que flota misteriosamente sobre nuestras cabezas.


Olvídate de quien eres y lo que viniste a buscar. De nada sirven aquí tus astucias. Estás vencido antes de llegar...

Son las 12:45 p.m. Tu reloj se paró. Pudiste decir si o pudiste decir no, mas eso ahora no importa. Has venido para ser vencido, para ser venerado, para ser abusado. A eso viniste, tú y los tuyos, que no al cerco o al viento; no sólo al amor o a las tinieblas. Vinisteis para luego huir hacia vuestras vidas. (Tú y tu chavalito, los dos como gélidos adonis, ungidos en sendos "yoes" omnipotentes, de hermosura infinita aunque ignorantes de la vida). ¿Sois poetas o sois efebos?

Enseñad vuestros bíceps, vuestras piernas de mármol, las bocas de amianto. Labios y piernas, brazos de inédita perfección os decoran. No hay miedo y no hay espanto. El deseo se consume como vaso de agua: tan sólo cuando hay sed. Sois por ello, poetas, poetas neo-maricas; llenos de amor y por tanto llenos de odio y oscuridad. Vuestra luz procede de vuestra tiniebla, de vuestra belleza advenediza y algo enferma.

He pedido una soledad que no me afecte, que me aisle de vosotros - poetas atormentados y locos - asesinos de la belleza y por ello, origen de tanto espanto. Antes, hace ya bastante, dejé mi bondad para los falsos convictos. Ahora, miro el firmamento ileso y puro y me reconforto en los bordillos de las aceras, miro las ratas pasar rápidas como mentiras. Oigo el rumor del mundo que me habla en un lenguaje extraño que, por otro lado, debería conocer y no quiero conocer.

No quiero hablar ese idioma siniestro de nuestra modernidad. No quiero sortilegios, no quiero la fama, ni el hambre de la insatisfacción, ni lujos decorosos en vitrinas navideñas. No quiero más que el amor de los que en verdad me amaron, de quienes me besaron con júbilo y de aquellos que ofrecieron su cuerpo como un santuario encendido.

A ellos, poetas neo-clásicos, neo-modernos, neófitos del amor debo, al fin y al cabo, mi alma y si cabe; la salvación de mi alma. Ya no puedo, ni debo aguantar mi frente por mas tiempo, tengo que deciros que mi poema os destruirá para siempre. Ya nunca nadie os dará de comer palabras en la palma de la mano, ni besos, ni miradas; ni tan sólo aquella extraña manía vuestra de beber pipermín en vaso ancho, con mucho hielo (tan sólo por el color del hielo mezclado con el verde esperanza)

Algo triste emerge en esta carta que no es poesía, no es lírica; sólo texto derramado. Imposible transcribirlo de otra forma. Texto vengativo y trémulo que rebosa sinceridad y aspereza. Tengo que deciros antes de que desaparezca que no os odié lo suficiente, no tanto como para no dedicaros estas torpes líneas (maestras por otro lado), como puños cerrados que os sabrán a savia y veneno advenedizos.

Bebed, bebed en anchos vasos ese pipermín que con seguridad os evade del mundo. Seguid anclados en la rutina, poetas, neo-maricas; vivir en los cuatros oscuros de vuestras almas. No salgáis más que para comprobar que el sol aún existe a pesar de vuestras blasfemas y amaneradas mentiras. El mundo no cuenta para vosotros, no os debe nada. No paga peaje.

La existencia es pasajera, cruenta y a veces, sólo a veces; excelente y digna.

Bebed en anchos vasos el líquido verde de vuestra única esperanza, el pipermín que os matará de pura vulgaridad y rutina. Seguid anclados en la mediocridad, poetas del silencio y la mendicidad, poetas de la nada y la rutina mal pagada. Indignos de las palabras que abarrotan bibliotecas, sois la holografía del mundo.

Quizás me sume a vosotros, sin más.

Por Santiago Calleja / Edición Julio 2009
Foto / Luizo Vega

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