La Llave

Me pediste amor y te bajé la luna << Culpa tuya (- me decían -) por creer tanto en milongas >> Luego llegaron los abrazos, el sol y los paseos con sus domingos de invierno y cama hasta las tantas. Te miraba. El torso dormido abandonado al sueño. Alzaba tu brazo colgando del suelo y caminaba de puntillas para no despertar a los ángeles que habitaban la casa. Así pasamos varios años, entre el amor y la añoranza.

Me pediste un beso y te regalé el cielo hecho de abrazos, amor, de caricias y un poco de consuelo. Todos lo decían: era demasiado << ¿Demasiado qué? >> Qué fácil fue pronosticar el futuro ajeno entonces. Qué bien se os daba involucrar la mirada porque era imposible de entender cómo tanto amor perduraba. El demonio receloso entro en escena y tú además, le esperabas.

Me pediste más tiempo y yo te regalé la eternidad. Me vendí al amor por dos duros. Te decoré la vida, curé las heridas, te bajé la fiebre cuando enfermabas y pagué tus facturas. Los días de mercado te hacías el remolón y dejabas que cargara con el carro de los víveres y llenaba la nevera y preparaba el almuerzo y era feliz dando más que recibiendo. Un día que abrazarme no querías, disimulé para que el amor no me viera. Qué torpe, qué indefenso me sentía.

Me pediste dinero y pensaba que algo bueno harías. Más tarde supe que lo gastabas en chulos y farras de esas que tango gustabas. Luego, aterido y apestando a licor, llegabas tarde cómo siempre y exigías tu porción de afecto y algún que otro revolcón.

Un día al despertar me miré al espejo, la cara llena de odio y me temí a mi mismo. Recordé a todos aquellos que pronosticaban y maldecían muestra vida en silencio. ¡Qué necios!

Aquel día te pedí me devolvieras las llaves de mi alma y tú, ya no las tenías.