COPERNICUS (nuevo)



De tu voz un reflejo me llega.
Luz que es búsqueda y queja,
mas parezca sonrisa improbable;
efecto de un caucásico encanto.

De su luz, que es suerte
no menos que esperanza:
camino aunque atajo insondable,
cruce de suertes y senda de esta razón,
apareces tú; indemne en un espanto
de pura causalidad,
o quizás de mera ensoñación.

Allí estabas.
Ahuyentabas la soledad de la noche
como las moscas del baño revolotean el mal olor.
En la elipse sin estrella que somos,
alguien nos sonríe y su luz nos quema el alma,
limpiando todo rincón con destreza inusitada.

Paradoja que no cesa en su asombro.
¡Qué las estrellas se hicieron para dar luz,
y sombra también, a las almas!
Qué aquello que llamamos
los demás” es un “nosotros”.

Dormir un sueño de generaciones
no es más que el destino huidizo
de hombres que buscan su sombra entre las sombras,
y olvidan el alma entre escombros y oprobio.

¡Es un ardid!

Lo dicen tu ojos de nórdica mirada,
que observan callados desde el rincón de la barra:
allí donde los borrachos se emborrachan,
los jóvenes se prostituyen por nada,
y los camellos venden al fauno de la noche;
polvo blanco de estrella envenenada.
Y lo gritan claro y alto.
Mas no todos lo comprenden…
La noche les vende humo e indiferencia,
¡veneno por nada!

Pero tú, todo ángel,
todo cuerpo y mirada;
tú estabas allí para inspirar
y mostrar el norte a náufragos
y desertores sin biblia ni credo:
a borrachos y putas;
sobreviviendo a la indolencia
de aquel cuadrilátero envenenado:
sin encanto, sin misterio…

De ti hacia mí,
sólo un signo intangible,
infatigable: heroico.
Porque mentir alivia
y permite descansar,
para luego continuar
infatigables en la mentira.

Y al decir vida, la vida aparece
en el angosto sendero
de la imaginación,
o en el calor de un cuerpo:
junto al corazón.

Creerme, allí reside la dicha.
La fuerza de las palabras está en la mente
e intención del demiurgo que somos,
apenas sin saberlo.

Eran las tres de la madrugada,
el bar cerró y quedaron
dos sombras solas:
la tuya y la mía, enredadas.

—“Copernicus”—, dijiste te llamabas.

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