Días de 1901 (a Juanjo Mieres Vaz)


Hicimos lo posible para no ver el mar y que nuestras almas no se mezclaran lo suficiente.

Llagaron los días de vino y rosas y el viento se los llevó con ese sordo rumor de pasado. Nos miramos como por vez primera y nos olvidamos de las promesas demasiado pronto, demasiado equivocadamente.

Anduvimos nuestros cuerpos con el afán de la primera vez y el amor entonces se escribía con mayúsculas y consumíamos los días a golpe de ilusión y no menos esperanza. Como en los cuentos de niño, cuando nos explicaban aquello de que los Reyes Magos guardan nuestros anhelos en el cajetín de los buenos sueños.

Nos besamos, nos quisimos y nos mezclamos con el clamor de la esperanza y la alegría como pocos lo hicieron. Éramos dos valientes entonces, demasiado jóvenes; demasiado inexpertos.

Todos los que nos visitaban envidiaban nuestra casa, pequeña y cómoda, luminosa; con aquel armario reciclado el cual forramos su interior de papel azul claro porque no teníamos dinero para uno nuevo.
Eran lindos esos días y no menos aquellas noches donde nuestra vida se iniciaba justo al borde de momentos que luego se helarían -inexplicablemente-

Llegó el frió, y los malos presagios y el viento en la ventana golpeaba miedo. ¿Nos cerramos, nos incomprendimos o nos ignoramos…? "Todo fue acto del destino" (dijeron algunos) La desdicha se llevó los besos y el amor y la casa fue entonces un desierto lleno de telas de araña.

Yo sufrí. Tú sufriste.

Así pasaron aquellos días que fueron nuestros y de nadie más.

Hoy rindo tributo a ese tiempo en el que guardé la llave del cajetín de los buenos sueños.




Santiago Calleja Arrabal

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