Un dolor jamás dormido, Una gloria nunca cierta, Una llaga siempre abierta, Es amar sin ser querido. Corazón que siempre fuiste bendecido y adorado, Tú no sabes, ¡hay!, lo triste de querer no siendo amado. A la puerta del olvido, Llama en vano el pecho herido; Muda y sorda está la puerta; Que una llaga siempre abierta, Es amar sin ser querido. José Manuel de los Reyes González de Prada , conocido como Manuel González Prada (Lima, 5 de enero de 1844 - Lima, 22 de julio de 1918), fue un ensayista, pensador anarquista y poeta peruano. Como ensayista es considerado uno de los mejores nacidos en su patria. En el plano literario se le considera el más alto exponente del realismo peruano , así como por sus innovaciones poéticas se le denominó el "Precursor del Modernismo americano". Se destacó por ser un ferviente crítico de la sociedad en que le tocó vivir, tendencia que se acentuaría, después de la Guerra del Pacífico.
Tengo tu nombre en la mejilla clavada de impotencia y frío. Tengo el sexo de tu astro en el corazón, clavado también y sólo. Tengo el soplo del olvido dormido en el calendario donde anoto con tino que hoy tengo que olvidar. Tengo tanto aún por dar... Te debo lo que ya te di, (no tengo otras artes) tan sólo un recuerdo tuyo me basta tu fantasma de abrigo y noche huída; tu piel y tu respiro, cómo añoro tu respiro. Antes de irme a trabajar, con perfecto amor acurrucado yo te besaba en la nuca. Tú, adormecido en el sueño de quién sabe que suplicios: "Adiós mi niño, ya marcho al trabajo". Nunca obtuve respuesta. Nunca la esperé. La puerta puso distancia, el hábito la siguió. Luego de tu partida, dolor y tristeza mezclados... Hoy, amo tu recuerdo incauto, como quien ama su dolor. Me quedé con las ganas, ganas de decirte todavía que llevas en tus labios mi esperanza y el peso de tu cobardía.
Deberían prohibir dejar ventanas abiertas, es un modo tan sencillo de partir. Pero aquí, junto al mar, el suicido sería humo y yo me perdería el fasto de un cuerpo hecho para el amor. Dime su nombre viento, dame al menos, el ópalo de su boca, la oblicua curva de su axila: el veneno de su partida. Y cómo se enreda el mar entre tus piernas en esta tarde veraniega. Quién fuera esa gota minúscula que le roza y forma huracanes de amianto entre sus rodillas. Dime su nombre, viento, y si es posible trae un poco de ceniza; un pedazo de mármol y una cruz para su ausencia. Viento no sólo brisa me traigas que si ha de venir, roce mi frente ilesa todavía con un pensamiento errante. Se sabe bello, ejerce y te somete con la mirada. La indiferencia no le toca. Sin embargo: ¿por qué puedo ver sus ojos de infante, profundos como el hades?. Efebo atlante, que surgiste del mar una tarde de mediterránea esperanza. Devuélveme los ojos que te llevas, destino, de aquel muchacho que se q
(Y se moría la voz en los labios...) Tu cintura de cicuta alivió la sed del pasado y vertió vida y sangre sobre la esperanza. Yo no sabía de recuerdos. Supe de ti lo primero, lo efímero: un grito interior. Más tarde, vi tu cuerpo y tu cara de ángel sobre el tapiz de mi almohada, sonreías a lo lejos al decir: "he venido por ti a batirme con la vida" y me besabas al hacerlo. Pero tu alma de ángel ya habitaba en otro cuerpo, llegó vacía al límite del silencio. Clandestina vida sin alma. Misterio en tu metafísica sonrisa. Vi la luna reflejarse en tu rostro y tus ojos, mordían el tiempo.
Querías saber la verdad aquella tarde. Ebrio de cerveza y desespero, estabas. Yo debía aleccionarte sobre lo noble y lo correcto, sobre algún distraído exceso tal vez. Jugamos mal muestras cartas. Tú, tenías mujer e hijos y el peso de tu conciencia te sometía. La cerveza no pudo darte el salvoconducto hacia tu noche desenfrenada. Yo, cansado de aleccionar, decidí tomar le camino hacia mi casa. ¿Por qué dejar vencer a un falso deseo?, pensé. Eras tan débil como un niño y después de mucha, mucha cerveza, la luz te iluminó y el juego terminó. Eras hermoso, lo admito... Yo regresaba y tú, aún no te habías ido. Foto: Luizo Vega, París, 2015
Otra vez te vi rodeado de auroras boreales y soles, alguna nube turbia y toda la noche por delante. Te vi roer el tiempo ignorante de que exige tesón y no sólo belleza. Álgido como una gacela en movimiento, proclive a servir amor y copas al primer cliente de tu corazón. Te vi siendo el hombre de tu mañana e intuir con astucia de lince, lo que más tarde aborrecemos por el hastío de los días. Me preguntaste el nombre mientras servías dos unidades polares en un Martini. Te hizo gracia la argucia de nombrar así el hielo... tu mirada me quemó por dentro. Tomé un sorbo y te devolví el mismo tácito mirar milimétricamente intencionado y entonces, dejamos de ser visibles para el resto. El local se iluminó y descubrimos que la noche es aquello que sólo tú decides que sea (también yo). Amaneció nublado en la ciudad, los cafés abrían y lloviznaba. Respiré el aire fresco de abril mientras regresaba a mi casa. Me olí la mamo donde apenas tu apretón dejó un aroma a leve perfume: t
Sé que no tengo escapatoria que todo principio conduce a un final. Sé que tu recuerdo perdura todavía... Todavía, como un leve punzón de impune levedad. No te debo nada. Pagué el precio de tu traición, con el amor que me quedaba. Sé que a ti te da igual. Aguanta la infame culpa en la memoria, hoy inconclusa. Arderán mis palabras en la hoguera, donde se mece el indemne frenesí de tu aurora. A ti, te queda amansar la conciencia que hirió y mató, bajo la cuartada perfecta de tu aparente inocencia. Te perdoné, tú a mi no. Aún te crees en la vedad: como los sueños a punto de acabar; te urdes entre culpas y razones. Y yo me río de ti... Si tú sabías lo que querías, jamás conseguirlo imaginas. Foto: Luizo Vega (imagen por Studio V, París 2015)
"Es verdad que las palabras solas están en sed y mueren huérfanas de olvido" Cada verso se parece a la ponzoña de un sueño El mismo que va haciendo posible Mentira y realidad que se confunden. La osadía de querer perdurar nos alimenta, Nos deja la tiranía de un gesto, Todo a un tiempo, sin remedio. Transparencias que se parecen al deseo, -Un anhelo quebradizo es la escritura- Intuición inefable y procelosa A su vez de olvidos inefables. Orgías de pensamientos y palabras Violentas de significados y de anhelos. Horizontes sin duende, Aromas sin cadencia, Duna de dolor es la poesía: Oficio de un porvenir inexplicable. Y saberlo "todo" no todo lo resuelve ni lo ampara. Hay que gritar que perdimos el rastro Que no hay camino sin tormento que verter En recipiente de palabras. Los infiernos de la belleza No siempre son musicales. No rima la experiencia Con la razón poderosa del corazón. Herida que no cesa de sangrar Un llanto de generaciones eternas. Y todas las noches de
Podemos intentar mantener nuestro amor a flote aunque sea tarde, aunque yo lo calle. Podemos sabernos ciertos y beber estos versos en taza de afán y amianto. ¿Podemos?: s í, podemos. Podemos decir te quiero con la risa de los necios, con la baja autoestima de quien nunca amó; nunca perdió nada porque nada nunca dio. Si, podemos. Y tomar mentiras por verdades y culpar o justificar la desgracia ajena. Dejarnos mirar en finos espejos besar con labios que no dicen nada, que deben el beso a quien no lo paga. Aunque mejor sería morir ahora que vivir la vida con semejante galimatías. Podemos porque podemos. Acaso tú, yo acaso... El resto, déjalos en paz. Quiero habitar en la rama de tu hombro como cada invierno -dijiste-. ¿Lo ves?; ahora es invierno en el Ecuador -respondí-. imagen: Luizo Vega (Studio V), París texto: Santiago Calleja Arrabal
Caer del tiempo es ahondar en nuestro propio límite, vislumbrar nuestra propia oquedad, darnos cuenta al fin, que nuestro errante vacio precisa a todas luces, un alma, un rastro; un alguien que lo nombre. Caer del tiempo es estar sentado en la orilla de un hábito, ver pasar la idiotez conjugada de maldad y no hacer nada. Es ir rompiendo los límites, no para conocerlos o superarlos, muy al contrario: para defendernos de ellos. Hemos caído del tiempo y no lo sabemos (o quizás sí), y a lo sumo simplemente no nos importe: ¿por qué debería importarnos? Lamimos falsedad e indiferencia desde la cuna, lugar de nuestras ásperas generaciones. Aleccionados, condicionados y maldecidos por dioses verdaderos o inventados. Todo nos fue útil para nuestro propio desprecio. Caímos del tiempo por haberlo inventado mal. Sucios y corruptos arrastramos la existencia como los perros del hambre su miseria. Mendigamos verdades sin cree en el amor, sin amarnos y lo peor: sin necesitarlo y sin saber
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