101 Kid


A Darío
Mikonos, 1988


Viniste a robarnos la inocencia en un solo día. Nadie dijo tu nombre de forma más tenaz, más verdadera que durante aquellas tardes, al sol de nuestra presencia; cansancio de un verano que aún hoy se repite.

Tomaste, carne y materia e hiciste aquel chiste fácil de muchacho indolente que tanto fastidio me causó. Yo era un espejo entonces; donde los muchachos reflejaban su indolencia y asombro; al abrazar a quien fui con apenas veinte años. Vivimos noches insomnes al son de besos y de abrazos. Confesiones que hoy no pretendo revelar. Hay tantas voces por cantar, tantos cuerpos que profanar y tanta egolatría mal administrada - pensé -.

Al día siguiente de tu llegada, toda la casa ardía. Todo era fulgor y luz. Nadamos en la piscina. Del salón a la cama, de la cama al arenal, de la ducha a los abrazos… y ese calor que nos elevaba sin cesar.

Dijiste - He traído mi pijama de rayas - y yo te miré con recelo, envidia y algo de rebeldía pues, cómo no sucumbir ante tanta belleza. Tus besos fueron lo mejor de aquel verano en el que probe el valor de una mirada, el arco tenaz de las flechas de cupido y la desolación de las despedidas.

Volvimos a vernos casi a diario y en inglés comenté que “el amor es un invento extraño”. “Love is a strange thing”, - te oí repetir - Tú, reíste incólume; enamorado de mi mirada sobre la tuya. Al marchar me contaron que “aquel muchacho griego, 100% tapicería vaquera, se llama 101 Kid” – No supieron ver que aquel no era tu nombre sino el logo de tu camiseta.

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