EL CAJETÍN DE LOS BUENOS SUEÑOS (nuevo)
Hicimos lo posible para no ver el mar
y que nuestras almas se mezclaran lo
suficiente.
Llagaron los días de vino y rosas, y el
viento
pronto se los llevó con ese sordo rumor
de pasado.
Nos miramos por vez primera y olvidamos
las promesas demasiado pronto,
demasiado equivocadamente.
Anduvimos nuestros cuerpos
con el afán de una la primera vez…
El amor entonces se escribía en
mayúsculas
y consumimos los días a golpe de
ilusión,
no menos que forjados con esperanza.
Como en los cuentos de niño,
cuando explicaban aquello de que
los Reyes Magos guardan nuestros
anhelos
en el cajetín de los buenos sueños,
nos enamoramos.
Con besos exquisitos nos quisimos,
mezclamos con el clamor
de la esperanza y la alegría
como pocos lo hicieran:
ciegos en el amor.
Éramos dos valientes entonces,
demasiado jóvenes,
demasiado inexpertos, todavía.
Quienes nos visitaban envidiaban
nuestra casa:
pequeña y cómoda, luminosa;
con aquel armario reciclado
que forramos con papel azul
porque no teníamos dinero para uno
nuevo.
Fueron hermosos aquellos días
no menos que aquellas noches,
donde nuestra vida se hilaba
justo al borde de momentos
que más tarde se helaron,
inexplicablemente.
Pero llegó el frio y los malos
presagios
y el viento en la ventana golpeaba
miedo.
—“¿Os
cerráis, os comprendéis, os ignoráis?—”,
golpeaba el viento en la ventana.
Todo fue acto del destino (dijeron
algunos).
La desdicha se llevó los besos y el
amor…
entonces la casa fue un desierto
lleno de telas de araña.
Yo sufrí; tú sufriste.
Así pasaron aquellos días
que fueron nuestros y de nadie más.
Hoy rindo tributo a ese tiempo
en el que guardé
la llave del cajetín
de los buenos sueños.
Una vida sin amor nada vale,
pero vivida con el temor a ser contada
es matarla.
Imagen: Luizo Vega
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